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Este momento les permite olvidarse de sus luchas, problemas, necesidades y angustias. Cuando los jóvenes están en la cancha, corriendo detrás de un balón o participando en una actividad deportiva, por un instante dejan a un lado las cargas que muchas veces llevan en silencio. Disfrutan lo que hacen, se ríen, se esfuerzan, y encuentran alegría en lo simple. Es un espacio donde pueden ser ellos mismos sin temor a ser juzgados, donde no se mide su valor por lo que tienen o de dónde vienen, sino por quiénes son. Este ambiente de aceptación y camaradería abre una puerta única para compartir el mensaje de salvación. En medio del juego y la convivencia, el evangelio se presenta de manera natural, sin presión, pero con poder. Los corazones se abren cuando se sienten valorados, escuchados y amados. Para muchos, este espacio es uno de los pocos momentos en la semana donde se sienten realmente vistos. Aquí encuentran personas que se interesan genuinamente por ellos, que los animan, los corrigen con amor y los guían hacia una vida con propósito. Más allá del deporte, lo que se les ofrece es una oportunidad de conocer a Jesús, quien puede sanar sus heridas, darles identidad y llenar los vacíos que el mundo no ha podido llenar. Por eso, cada encuentro cuenta, cada conversación tiene valor, y cada sonrisa puede ser el inicio de una vida transformada por el amor de Dios.

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